miércoles, 11 de enero de 2017

Hostilidades.

Los ojos de los muertos, le devolvían miradas vacías.

Se esforzaba por mirar sin ver, deambulando en un barro sanguinolento. Con la primera luz del Alba iluminando, los quejidos y lamentos de los próximos en morir. 
Los gritos prácticamente habían cesado, hubo un momento en que atronaban. Aún se escuchaba algún mamá lejano, como el eco de la letanía monotónica que había gobernado la noche.
 Observó, a los que como ella se movían tambaleantes, en ese horror que poco antes había sido, una sucesión de huertos y cultivos llenos de color. Ahora, un dantesco paraje ABONADO, con los cuerpos de los que cayeron. Regando, con su sangre una tierra que se había vuelto negra.
A lo lejos, creyó reconocer, a uno de sus vecinos. Cada vez que se agachaba, un gorgoteo anunciaba, otro soldado muerto bajo su navaja. 
Supuso que solo distinguiría entre conocidos y forasteros, no sería ella quien le reprobara algo. 
Algunos, pasaban por su lado sin verla, muy concentrados revisando, las baratijas que robaban a los muertos.
Miro al cielo, en un conato de plegaria que no sabía, a quien dirigir o si realmente quería, que fuera ni tan siquiera escuchada. 
 El día, en que el regimiento llegó a la aldea. Fue el mismo día, en que ella perdió la fe, en todo lo divino y en todo lo humano.

 En su pequeño hogar, la guerra era algo, que sucedía a otros. Los quehaceres rutinarios, de la vida, no se detenían nunca. 
Llegaban noticias inquietantes, cuando no terribles que provenían, de lugares en los que nunca habían estado. 
Esto les concedía, un aura de irrealidad. Hasta que la realidad, llego a sus puertas.
El destacamento tomó, la plaza del pueblo.
 Uno de ellos, les informo a gritos, que el enemigo, los malvados, acechaban la comarca.
 Ellos estaban allí, con la única intención de protegerlos. Agradeciendo, de antemano su generosidad, para con sus hombres y el gran estamento que era el ejercito. 
Repitió, lo mismo cuatro o cinco veces. Hasta que su voz fue ahogada, por los primeros gritos de indignación y disparos. Cuando los soldados, empezaron a irrumpir, en los hogares de los vecinos para requisar y confiscar todo lo que se les ocurriera. Especialmente la comida. Los caballos de los generales, comían más y mejor que los aldeanos. 
Reyertas, violaciones, robos y ejecuciones, en pocos días parecían, el orden natural. Una plaga de langostas humanas.
 Que a ella le habían robado todo, no le habían dejado, nada a lo que aferrarse. 
Pero la esperanza era tozuda y un brillo de ella le hacia avanzar por ese campo de muerte
 Un llanto desconsolado empezó, a deslizarse por su rostro al recordar, el sonido de la puerta saliendo de sus goznes, ante la violenta patada, que precedió a la llegada de un grupo de soldados.
 Apuntaron, con sus armas a sus dos hombres. A ella, le golpearon en el estomago, con una culata. Cuando cayó al suelo, uno de ellos la jaló del cabello a la voz, de quieta perra. Se llevaron a la fuerza, a su hijo, el ejercito lo necesitaba más que su familia. Robaron, toda la comida. No dejaron ni las migajas. También querían joyas, oro, monedas pero ellos no tenían gran cosa. Les dieron, las pocas monedas que guardaban, las alianzas, hasta una pequeña cruz de oro, que su madre le regaló, cuando supo de su primer embarazo. 
 Un escalofrío recorrió, su cuerpo cuando visualizó, la mirada perversa del soldado que encontró, a su Andrea bajo la cama. Su pequeña, con el pelo de noche y el cielo de la mañana en sus pupilas. 
La lascivia de su mirada, ante el terror en los ojos de su retoño. La agarró del pelo y arrastrándola la llevo ante los demás. 
Su padre intento luchar, revolverse contra sus captores... Le cortaron la garganta de lado a lado. 
El tiempo se ralentizo, en aquel momento.
La mirada de incredulidad, de su marido, al caer al suelo. La sangre que salpicó, su cara y su ropa. El charco que crecía, pesadamente, alrededor de la cabeza de su esposo. Como la aureola de un santo macabro. 
Los gritos, la devolvieron al drama de su hijita. Que gritaba, que lloraba, que la llamaba... Intento ayudarla, pero recibió un rodillazo en la cara. 
A partir de ahí el vacío. 
Imágenes inconexas, cuerpos extraños sobre ella, el asco, los golpes crueles e innecesarios.
Gritos, risas, algún disparo en el exterior...
El silencio, la devolvió a la consciencia. 
Se incorporó, todo lo rápido que el dolor le permitía. 
Una arcada le hizo vomitar toda la sangre que había tragado y la poca comida que le quedaba en el estomago. Corrió, hacia su hija que yacía sobre un camastro, pero ya no estaba. 
Abrazó su cuerpecito de doce años, frío, amoratado, torturado, profanado, sin vida. 
 - Asesinos. ¡Asesinos, la habéis matado! ¡Os odio, os odio! Matadme a mi cabrones, matadme a mi también.
 Según le relató, su vecina. Pensaban, que en esa casa no quedaba nadie con vida. Entonces escuchó su llanto y siguiendo el sonido de su tristeza la encontró.  Tirada en el suelo, cubierta de sangre abrazando a su hija y a su marido. Ella no recuerda nada de todo eso, como tampoco el haber sido lavada, vestida, cuidada por las otras supervivientes.
La despertó su salvadora. La batalla acabaría pronto, como los soldados se habían llevado a su hijo, tal vez lo encuentre, con vida en el campo de batalla. Ella va, con un grupo de mujeres que también van a buscar a sus vástagos. Rápidamente se levanto y se unió a esas mujeres. 
Cuando llegaron al campo de batalla, cada una se hizo cargo de su propio horror.
 Gritó el nombre de su hijo, que se mezcló con los de tantos otros niños y jóvenes robados, usados como carnaza para alimentar, al monstruo del conflicto.
Las aves carroñeras se adueñaron de lugar, con sus graznidos, sus luchas, bajo la sombra de los buitres que sobrevolaban, sus dominios.
Volvió a gritar su nombre, creyó ver algo, oír algo, entre el alboroto de los pájaros y resto de voces. 
Sí, lo había escuchado, corrió hacia ese tono conocido. Entre una maraña de cuerpos algo pareció moverse, se acercó con cuidado, debajo de otro niño soldado yacía, su hijo más muerto que vivo.
Las tripas, desparramadas por el suelo denotaban, el intento inútil del muchacho de volvérselas a meter. 
Sus ojos apenas abiertos, mostraban tanto dolor, tanta locura que tomándolo entre sus brazos se los cerró susurrándole, que mamá había llegado, que ahora iba a cuidar de el. Que esta vez, lo protegería de todo mal. Sintió como su vida, que apenas empezaba, se apagaba. 
Le besó, mandándole mucho amor para su hermanita y su padre. Ellos estarían juntos, ahora, lejos del dolor y del sufrimiento.
Sin lágrimas, sin voz, de su garganta salió un grito ronco que se unió a los lamentos del resto de sus hermanas, vestidas de oscuridad, rotas, tristes, sobrevivientes silenciadas de la historia.

                                                              *****
Según la historia oficial, un pequeño grupo de aldeas colaboraron con el enemigo. Cuando llego el ejercito se encontraron con hombres y mujeres tan sedientos de sangre patria, que se vieron obligados a defenderse de esos traidores. 
Nadie se acerco a la comarca a preguntar a los que allí quedaban, nadie se intereso en dar voz a las víctimas.

Solo hay una verdad, la oficial, por eso mi relato no puede ser cierto, aunque me lo contara su propia protagonista. 
Que con más años que arrugas me confesaba, que si no fuera por que cada noche escucha, los gritos de su hija y se arropa, con las tripas de su hijo muerto. Hasta ella pensaría que lo ocurrido aquí, era lo que contaban en los libros.