viernes, 8 de febrero de 2019

Mi penúltimo maltrato.

Toneladas de mierda y fango caen sobre mí.
Palabras retorcidas, aviesas, maceradas en el veneno de su propia inquina, lanzadas contra mi persona.
Ingenuamente creí, que mi viejo chubasquero me protegería de su metralla, que los dardos de su miseria no se me clavarían.
Acabo de rodillas contra el suelo, protegiéndome la cabeza de sus dichos hirientes, afilados con los recuerdos más oscuros.
Muda e inmóvil, como una piedra, lucho por respirar bajo la montaña de heces, barro y cieno ajeno. Como cal viva su roce, me produce dolorosas quemaduras que corroen mi carne hasta llegar al hueso.
Sigue vomitando su odio hacia sí mismo contra mi, soy la causante de todos sus males.
Le escucho y desmonto sus teorías, sus falsos recuerdos, su realidad sesgada, sus razonamientos circulares... Guardo silencio.
De mis labios no escapa sonido alguno, ni en lo más terrible de la tormenta de su autodesprecio.
Sus soflama contra mi persona, como si de un viento huracanado se tratase, balancea mi cuerpo casi hasta arrancarme de la roca a la que me aferro, con tanta fuerza que mis uñas se quedan clavadas en ella como tétricas semillas ensangrentadas.
El viento de su insatisfacción ensordece mis oídos, noto como se acerca la lluvia de sus miedos, el fin de la borrasca.
No puedo perder mi concentración, debo seguir aferrada a mi roca. Mi enemigo es el cansancio que debilita mis músculos, mi voluntad, que impide que piense con claridad. El también lo sabe, mi debilidad es su oportunidad.
Arrecia la tempestad con más reproches y autocompasión, embistiéndome con sus preguntas tramposas por todos mis flancos, en un último esfuerzo por hacerme caer.
Mi cuerpo se tensa, se endurece, me hago una con la roca que me sostiene, la que impide que caiga en su pozo de amargura, ahogándome en sus necesidades.
Sus últimos golpes son los más dolorosos, un suave quejido se escapa de mis labios.
Acaba la tormenta

Dolorida, amoratada, sangrante, espero los tibios rayos de nuestro sol tan pálido , tan alejado, que apenas recuerdo el calor de la ternura.
 Levanto la mirada, ante mi se extiende el paraje, cada vez más desolado, de nuestra relación en ruínas.
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