domingo, 9 de julio de 2017

Tiempo de cosecha.

   
 El día en que Noelia sorteó, su segundo charco de sangre esa semana, se sorprendió pensando en el gran evento internacional para el que su ciudad llevaba preparándose varios meses.
En ese tiempo, había oído de varios vecinos del barrio fallecidos por sobredosis, ahora tocaba el tiempo de los suicidios. Imagino a cientos de heroinómanos cayendo desde las ventanas, en sus barrios ignorados, como fruta madura. La semanas siguientes, los de “Reto” colapsarían por la cantidad de drogadictos intentando desengancharse.
 La metadona anestesiando a la ciudad…
 Con doce años, Noelia fue consciente de haber hallado un patrón social.
Con sus bolsas del Udaco, sin pisar las fisuras entre los adoquines, escuchó los gritos de unos abuelos que tomaban el sol y cotilleaban en un poyete frente al súper. Con sus bastones, sus boinas y su extraña moda de ponerse pantalones de pana con deportivas que ella ni se molestaba en soñar, ese grupo de abuelos como un solo ser la abroncaron:
-¡Niña, que lo pisas!
Miro al suelo y vio sus Tórtolas nuevas a centrimetos de un charco de sangre seca y viscosa. Era la última huella que dejaba el penúltimo drogata que se tiraba por la terraza.
En ese momento su cerebro le dijo, ya lo tengo.
Desde ese día lo tuvo claro, la sociedad cultivaba a los yonkis pero era el estado quien los recogía.
Con los años desarrolló una teoría sobre los “borderline”, la sociedad y el estado que nunca se atrevió a contar a nadie.
  A saber, que la sociedad enferma de moralismos desarrollaba sus propios anticuerpos, los bordeline, la gente de margen, incapaces de adaptarse a sus dictados  perturbados.
Que  el virus que la provocaba era el estado, que ensalzaba o condenaba a una parte de la comunidad según su nivel de anticuerpos. Estaba convencida de que controlaba la calidad, cantidad y tipo de drogas que se comercializaban.
Los antiguos barrios luchadores, los pueblos o aldeas de comuneros eran arrasados con la lacra de la apatía y de la desidia. Los jóvenes, ya no luchaban por lo que era suyo, demasiado ocupados buscando su próxima dosis o presos de un sistema que les mentía continuamente.
  Con doce años, acarreando la compra de olvidos de su alcohólica madre, Noelia, se convirtió en nihilista.