jueves, 1 de marzo de 2018

Como niños perdidos.

       Del árbol del pecado escogimos,
     sus frutos más sabrosos para deleitarnos
     en el placer de la culpa. 
        Nos bañamos, en el río de la redención
      y el olvido como recién  nacidos sin
      mácula y eternos llegamos, a la orilla 
      dónde el sol de los recuerdos nos
      deleitó, con sus más cálidos rayos bañando
      nuestros jóvenes cuerpos  impuros. 
       La vida, pasaba a través de  nosotros hiriendonos
      con leves estocadas al tiempo que luchabamos
      para no perdernos,  en la vaguedad de la
      normalidad donde todo se difumina.
       Buscamos la esencia. 
       Buscamos la decadencia. 
       Encontramos tan solo quimeras doloridas,
      arrastrándose, suplicando la muerte... 
        Uno a uno se fueron perdiendo, el
      otrora jubiloso ejército de la inconsciencia
      se vio reducido a tan sólo un escuadrón
      de locos visionarios.
        El mundo giraba a nuestro alrededor
      rápido y cambiante. 
        Obsevábamos, en la orilla de nuestro río
      una sucesión de eventos en el cielo 
      solo para nuestros ojos.
       Eramos los del otro lado,
      los que no compraron discursos vacíos,
      los que no se encadenaron a falsas palabras,
      los que escaparon de su prisión 
      para seguir su rumbo. 
        Aunque su rumbo fuera
      ver las nubes pasar.