sábado, 24 de noviembre de 2018

Mi quimera.

  Apareces con la luna,
  para desaparecer con ella. 
                                       
    Me como mi anhelo por ti.

  Eres el único suspiro,
  que desvela mi sueños.
                                       
     Me duelen los labios de no llamarte.

  Conjugas dureza con dulzura,
  deshaciéndome bajo tus brazos.

      Me rompo los dedos para no escribirte.

   Tus besos rompen mis defensas,
   marcando a fuego mi piel.

      Me asfixio con tu nombre.

   Cada encuentro fortuito, 
   amenaza con ser el último.

       Me pierdo en tu cuerpo.
       Me ahogo en tus labios.
       Me fundo en tu abrazo.

   Sin pasado, sin futuro, sin promesas...

Esta poesía la escribí el 10 de Noviembre del 2018.

·El 2 de Diciembre del 2018 @NoPennywise me comentó que le recordaba a un poema de Manuel Caballero Bonald llamado "Espera", al leerlo me he sorprendido sobremanera por que se parecen muchísimo. Dentro de mi amplia ignorancia reconozco que no conocía a este autor, mucho menos el poema al que me refiero. Estoy estupefacta, casi en estado shock por el gran parecido de las dos obras, parecen una conversación alargada durante décadas.
 Salvando las distancias, me siento extrañamente complacida del parecido.
Juzguen ustedes...


“Espera”

Y tú me dices
que tienes los pechos rendidos de esperarme,
que te duelen los ojos de estar siempre vacíos de mi cuerpo,
que has perdido hasta el tacto de tus manos
de palpar esta ausencia por el aire,
que olvidas el tamaño caliente de mi boca.
Y tú me lo dices que sabes
que me hice sangre en las palabras de repetir tu nombre,
de lastimar mis labios con la sed de tenerte,
de darle a mi memoria, registrándola a ciegas,
una nueva manera de rescatarte en vano
desde la soledad en la que tú me gritas
que sigues esperándome.
Y tú me lo dices que estás tan hecha
a esta deshabitada cerrazón de la carne
que apenas si tu sombra se delata,
que apenas si eres cierta
en la oscuridad que la distancia pone
entre tu cuerpo y el mío.
De: “Las adivinaciones” (Accésit del Premio Adonais 1951) Ed. Rialp, 1952
Aquí os dejo un enlace a la wiki .
                                       

viernes, 24 de agosto de 2018

Penitencia.



 Recuerdo los días pasados, recuerdo lo vivido.
 Llegaron sin avisar, se instalaron en nuestras vidas como ánimas vergonzantes, siempre un par de pasos detrás de nosotros.
 Nuestras miradas se volvieron recatadamente esquivas, evitándonos así el bochorno. Nos mirábamos sin vernos, con los ojos clavados en nuestros zapatos.
 Empezaron las agresiones a aquellos que se negaban a bajar la mirada.
 Dejamos de lado a nuestras familias, amistades, renunciamos a relacionarnos.
 Volvíamos a casa con la cabeza siempre  baja, siempre perseguidos. Nos encerramos en nuestros hogares, en nuestros dormitorios.  Los familiares se evitaban, ocultos en sus escondites solitarios.
 Ermitaños en nuestra humillación, la deshonra se convirtió en nuestra única compañera con voz de pesadumbre y palabras de desasosiego. 
 Las televisiones dejaron de emitir, las radios emitieron en bucle sus antiguos programas.
 La ciudad amaneció vacía, silenciosa. Los autobuses  guardados en sus cocheras, las vías muertas del metropolitano solo eran atravesadas por las ratas, las únicas que corretean por los andenes abandonados, subiendo a las papeleras en busca de sustento. Los relojes marcaban el paso del tiempo que ya no importaba a nadie.
 Nos ocultábamos del exterior, los edificios con sus persianas bajaban se asemejaban a los ojos somnolientos de unos gigantes monstruosos.
 Las sirenas automáticas quebraron el silencio sin obreros, ni escolares que las obedecieran. 
 Los coches dormían en sus garajes o aparcados en la calle soportando las inclemencias del tiempo. 
 El polvo se acumulaba en los libros de las bibliotecas cerradas.
 Los perros hambrientos, buscaban desesperados entre los restos de basuras cualquier cosa que les matara el hambre aunque no quedaba nada comestible. Sus cadáveres empezaron a sembrar las calles, que servían como alimento a sus congéneres.
 De los gatos caseros solo los más aptos en la caza sobrevivieron, los más fuertes, capaces de luchar por su territorio contra otros felinos callejeros.
 No sabemos cuando empezó la pandemia de suicidios, ni cuantos fueron los fallecidos.
 Escuchábamos como caían por las ventanas, en ocasiones sus gritos, gemidos o estertores nos acompañaban durante horas, incluso días hasta que la muerte les otorgaba la paz. Caían también pesos muertos, los afectados que se suicidaban en sus casas eran lanzados al exterior por aquellos que compartían el espacio. De todos aquellos que murieron solos o en grupos en la intimidad de sus hogares, aún no sabemos ni la cifra aproximada.
 Cuando las provisiones se acabaron, ninguno de nosotros salio de los cubiles donde nos ocultábamos, empezamos a morir de hambre. No hablamos de los episodios de canibalismo, lo que oímos algunos de nosotros aún tapándonos los oídos acompañaran a nuestras pesadillas hasta el final de nuestros días.
 Los que a duras penas sobrevivíamos, dirigíamos  nuestras plegarias a la señora de la guadaña lamentándonos de nuestra cobardía.
 Sin técnicos que las manejaran las plantas eléctricas, con el paso de los días empezaron a fallar. La oscuridad arropo a la ciudad lentamente, como si de un manto de tinieblas envolviera nuestros refugios.
 Temerosos de la noche que se acercaba pues nuestros pecados materializados, susurraban en nuestros oídos palabras de remordimiento que pudrían nuestros cerebros, reflectaban nuestra culpa como fuegos fatuos sobre nosotros.
 Las lágrimas se secaron de nuestros ojos tanto tiempo atrás que las olvidamos. 
 Nuestros cuerpos escuálidos temblaban de frío, de hambre, de miedo a causa de esos visitantes no deseados que no nos daban descanso.
 Tras la electricidad nos quedamos sin agua, las tuberías escupieron sus últimas gotas insuficientes para calmar nuestra sed. Ni aún así salimos de nuestros agujeros lamiéndonos el sudor febril de nuestra piel.
 Se desvanecieron del mismo modo que se materializaron, los ecos de sus voces en nuestro cerebro, permanecieron algo más de tiempo.
 Cuando fuimos conscientes de la partida, miramos a nuestro alrededor incrédulos, el silencio nos sobrevino como un bálsamo cerramos los ojos. Aliviados acogimos  al sueño, tan esquivo hasta entonces, que dadivoso nos concedió la paz de su olvido.
Atemorizados nos aventuramos a salir de nuestros refugios. Cegados por el sol, apenas capaces de caminar a un solo paso del desmayo. El movimiento de nuestras piernas provocaba tal dolor en nuestros cuerpos esqueléticos, tan débiles que pronto estamos empapados de sudor frío, soportando los calambres, luchando por no desfallecer.
 Los más débiles o enfermos cayeron al suelo desvanecidos, pasábamos a su lado sin fuerzas para ayudarles. Los que no fueron capaces de restablecerse fueron devorados por jaurías de perros hambrientos. 
 Caminamos sin rumbo, seres fantasmales asustados, perdidos en el dolor, en la culpa. 
 Los hubo que consiguieron forzar las entradas de algunos ultramarinos y supermercados, entrábamos en silencio,procurando no mirarnos, comimos dándonos la espalda unos a otros. Muchos vomitamos, nuestros estómagos cerrados eran incapaces de tolerar ningún alimento. A pesar de nuestros labios cortados bebimos todo el agua que fuimos capaces.
Nos quedamos en los locales hasta que recuperamos las fuerzas, tras lo cual volvimos a nuestros escondrijos temiendo que regresaran. No lo hicieron.
 Lentamente la ciudad volvió a algo remotamente parecido a la normalidad. Bomberos, policías, hospitales fueron los primeros en reincorporarse.
 Comenzó a repartirse gratuitamente entre la población toda clase de ansiolíticos, antidepresivos y somníferos de todo tipo.
 Quienes volvimos a nuestras obligaciones nos reencontramos con antiguos compañeros o amigos sin deseo alguno de vernos. Nos sentíamos seguros refugiados en el aislamiento de nuestros pensamientos.
 No todos lograron escapar de sus viviendas una vez todo hubo pasado.
 El peor de nuestros pecados, la más terrible de las culpas, se apareció ante nosotros acompañándonos durante una eternidad en la que nos impidió el olvido. Sus murmullos acusadores forman parte de nuestras pesadillas.
 Nuestros muertos ocultos se mostraron, nos mostraron andando a dos pasos de nosotros, sin desviarse, sin alejarse recriminándonos la culpa que creíamos habernos perdonado.
 Avergonzados, asqueados unos de otros evitando hasta la más breve socialización, las miradas esquivas, las cabezas gachas miramos al suelo. El dolor, la repulsión que leíamos otros ojos , eran lo que otros veían en los míos. Los pecados ajenos siempre más imperdonables que los propios. 
 Los más afortunados nos arrastramos por la existencia que nos resta, agradecidos a las drogas dispensadas que nos desconectan de nosotros mismos y de los demás.
 Otros más desdichados incapaces de callar sus voces culpables, de no sentir terror ante otras personas. Escondidos en las cloacas, en los lugares más oscuros, ocultándose, mutilándose, abandonados a su suerte hasta que la muerte los encuentre. 

sábado, 7 de julio de 2018

Génesis.


                                      Tras los dientes del dragón se extiende la nada.
 La devoró al nacer, obstruyendo su garganta.
 El fuego de su aliento creo la tierra.
 La estela de su vuelo el cielo.
                                    
                                      El vacío oscurece su espíritu.
Cruza el firmamento regando con sus lágrimas el mundo. 
De ellas brotaron los marea y los ríos.
Del brillo de su estela surgieron las estrellas.
                                   
                                       Arrancó su corazón doliente.
 Que se partió entre sus garras.
 Sol y Luna los llamo,
 Uno nos ilumina,  la otra nos guía.
                                       
                                      El dragón nos soñó.
Su despertar nos dio la vida.
Al morir regresamos a su aliento.
Almas deseosas de iluminar su espíritu sombrío.   

jueves, 1 de marzo de 2018

Como niños perdidos.

       Del árbol del pecado escogimos,
     sus frutos más sabrosos para deleitarnos
     en el placer de la culpa. 
        Nos bañamos, en el río de la redención
      y el olvido como recién  nacidos sin
      mácula y eternos llegamos, a la orilla 
      dónde el sol de los recuerdos nos
      deleitó, con sus más cálidos rayos bañando
      nuestros jóvenes cuerpos  impuros. 
       La vida, pasaba a través de  nosotros hiriendonos
      con leves estocadas al tiempo que luchabamos
      para no perdernos,  en la vaguedad de la
      normalidad donde todo se difumina.
       Buscamos la esencia. 
       Buscamos la decadencia. 
       Encontramos tan solo quimeras doloridas,
      arrastrándose, suplicando la muerte... 
        Uno a uno se fueron perdiendo, el
      otrora jubiloso ejército de la inconsciencia
      se vio reducido a tan sólo un escuadrón
      de locos visionarios.
        El mundo giraba a nuestro alrededor
      rápido y cambiante. 
        Obsevábamos, en la orilla de nuestro río
      una sucesión de eventos en el cielo 
      solo para nuestros ojos.
       Eramos los del otro lado,
      los que no compraron discursos vacíos,
      los que no se encadenaron a falsas palabras,
      los que escaparon de su prisión 
      para seguir su rumbo. 
        Aunque su rumbo fuera
      ver las nubes pasar.