martes, 23 de agosto de 2016

Una escena en el Infierno.

Sus blancos ojos se clavaron en el horizonte, observando con su mirada pálida, el maravilloso espectáculo que su mundo le ofrecía.
Un mar de sangre baña esa playa de cráneos, aves carroñeras de esperanzas sobrevuelan el cielo nocturnos graznando lamentos. Como un coro desacompasado los gritos de los condenados junto con el sonido de las olas, con olor a herrumbre, crean una bella melodía, si hubiera tenido oídos tal vez se habría deleitado en ella. El risco cortaba la playa, como un enorme paredón que quisiera cortar en dos el mundo que ella habitaba. La luna oscura, proyectaba grandes sombras y ese enorme muro no parecía tener fin.
Hace muchos eones, le encomendaron una misión que por desgracia había olvidado. Su esencia efímera, no fue creada para durar tanto tiempo, sus recuerdos son nebulosos casi inexistentes. Pero ciertas imágenes perduraban como destellos, a lo que seguía la acuciante necesidad de buscar el lugar que aparecía en sus sueños. Y ahora allí se encontraba, frente a esa enormidad negra y malformada, donde anidaban las aves que en el cielo graznaban violencia. Deseó, no por primera vez, que este fuera el final de su viaje que al escalar ese muro pudiera desaparecer y descansar. Espero a la salida del sol para ponerse andar entre los millones de cráneos que componían esa playa, la mayoría rotos o astillados, capaces de atraversarle sus pies descalzos. Intuía que hubo un tiempo en que avanzaba rauda sobrevolando el cielo, pero también había olvidado como hacerlo. Los rayos azules del Sol tiño el cielo de violeta, noto la escarcha ante la bajada de temperatura que se producía al amanecer, siguió avanzando tropezando en silencio.
Parecía que la playa se alargaba a cada paso, temió haberse desorientado y haber quedado atrapada en una zona ilusoria, donde tu mayor deseo esta al alcance de la mano pero eres incapaz de rozarlo. Algo en su interior le decía que de ser así no había sido la primera vez, que perdió cientos de años y parte de su esencia, en unos de esos lugares. Un escalofrío recorrió su frágil cuerpo cuando un recuerdo, como un fogonazo, le hizo rememorar esas horribles zonas de ilusión moviéndose como un gas indetectable engullendo la energía de los que atrapaba, un organismo perverso en busca de presas.

Siguió avanzando, tarde o temprano llegaría a su destino o el olvido la rescataría de ese inhóspito lugar, noto como su mente empezaba a apagarse. La determinación tomo el control, adelante, hacia esa masa negra que la atraía y repelía a la vez.
No se fijo en las nubes, color de hueso, arremolinándose sobre su cabeza, ni que los pájaros habían dejado de graznar, solo cuando las primeras gotas empezaron a caer, deshaciendo su piel calcárea empezó a sentir que no lo conseguiría. Las lágrimas de los desesperados, del sufrimiento humano se convertían en tormentas de ácido en el infierno. En esa playa hermosa y reluciente no había donde refugiarse, su cuerpo envejecido y débil se deshacía bajo esas gotas de tristeza.
Sus ojos fueron lo ultimo de borrarse en lo que antes fue su rostro, ahora solo sentía dolor, sus huesos se descomponían ante la violencia de la tormenta. Notaba con tremendo dolor cada parte que perdía. Los últimos resquicios de voluntad la obligaban a seguir avanzando, arrastrándose entre esos cráneos que parecían reírse ante la ignominia de su fracaso.

Sus ultimas partículas rozaron el muro para desaparecer en el viento aullante que a la tormenta acompañaba.

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